Normalmente, el desarrollo de objetivos en la valoración de empresa se realiza en el entorno de algún tipo de transacción económica. Una empresa tiene diferente valor para diferentes compradores y para el vendedor.
Por ejemplo, una gran empresa extranjera muy avanzada tecnológicamente que desea comprar otra empresa nacional, ya conocida, para entrar en nuestro mercado aprovechando el renombre de la marca local, tan sólo valorará la marca, pero no valorará las instalaciones, maquinaria, etc., ya que él mismo dispone de unos activos más avanzados.
Por el contrario, el vendedor sí que valorará muy bien sus recursos materiales ya que están en situación de continuar produciendo. De acuerdo con el punto de vista del primero, se trata de determinar el valor máximo y desde el punto de vista del vendedor se trata de saber cuál será el valor mínimo al que debería vender.
Estas dos cifras son las que se confrontan en una negociación en la cual finalmente se acuerda un precio que está generalmente en algún punto intermedio entre ambas. Una empresa también puede tener distinto valor para diferentes compradores por diferentes razones: distintas percepciones sobre el futuro del sector y de la empresa, distintas estrategias, economías de escala, economías de complementariedad, etc.
Una valoración sirve para muy distintos propósitos:
La valoración es el modo de justificar el precio al que se ofrecen las acciones al público lo que supone un objetivo en la valoración de compañías.
La valoración sirve para comparar el valor de las acciones con el de los otros bienes.
La valoración de una empresa o una unidad de negocio es fundamental para cuantificar la creación de valor atribuible a los directivos que se evalúa.
La valoración de una empresa y de sus unidades de negocio es un paso previo a la decisión de: seguir en el negocio, vender, fusionarse, ordeñar, crecer o comprar otras empresas.
Existe también la postura intermedia que considera los puntos de vista de comprador y vendedor y que se representa por la figura del árbitro neutral. El arbitraje se utiliza cada vez con más frecuencia en litigios como, por ejemplo, en compra-ventas de empresas, en resolución de contratos o en casos de división de patrimonios por sucesiones hereditarias, entre otros.
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